Noticia

La liga de los fantásticos 10

Por José Ángel Martos

14

 

 Pitágoras

El sabio que hizo del cálculo su religión. El genio de Pitágoras fue admirado ya desde poco después de su muerte (ca. 500-490 a.C.), y transcurrido apenas un siglo, era un personaje mitificado entre los griegos, del que se contaban todo tipo de hazañas intelectuales. Para muchos que las oyeron, el sabio era poco menos que un ser sobrenatural. Pero nada de todo esto hubiera sido posible de no haber contado con un maestro de excepción, su tío materno Ferécides, uno de los primeros en tender puentes entre el pensamiento mítico y la filosofía. Además de él, resultó fundamental en su formación el gran Tales de Mileto, que al parecer le causó una viva impresión y fue el responsable de darle profundos conocimientos de matemáticas y astronomía, de los que también participó el principal discípulo de Tales, Anaximandro, otro de los grandes sabios de la época. Todos estos maestros marcaron a nuestro personaje, al que no tenemos que reducir solo a la condición de matemático (que es por lo que es más recordado), pues su pensamiento filosófico tuvo también una enorme influencia.

Viajero impenitente

En la adquisición de sus conocimientos también tuvieron importancia fundamental los viajes. Pitágoras nació en 569 a. C., en la isla de Samos, que mantenía intensas relaciones con Egipto, adonde él se desplazaría urgido por Tales, quien le habló de los conocimientos de esa civilización en materia matemática (sobre todo en sus aplicaciones y fórmulas prácticas, ya que los egipcios no brillaron como teóricos). Ahí el azar le jugó una aparente mala pasada; durante su estancia se produjo la invasión del rey persa Cambises y Pitágoras fue llevado como prisionero a Babilonia. Sin embargo, este forzoso traslado acabaría por serle muy útil, pues se relacionó con los magos babilónicos, que eran los sabios de este pueblo, brillantes en las matemáticas pero también muy dados a los conocimientos ocultos y mistéricos. La secta de los matematikoi Al ser liberado, Pitágoras no regresó a su isla natal sino que se estableció en Crotona, en el sureste de Italia. Es posible que se viera obligado a ello por causas políticas, debido a que Samos estaba controlada por el tirano Polícrates. En Crotona, sus enseñanzas fueron muy influyentes; allí Pitágoras  funndó nada menos que una secta, entendida esta como un grupo reducido de pupilos, auténticos elegidos, a los que explicaba sus saberes bajo la condición inexcusable del secreto, una idea muy característica tanto del Antiguo Egipto como de Babilonia. Pitágoras obligaba a todos sus pupilos –llamados mathematikoi o también pitagóricos– a guardar un riguroso hermetismo sobre lo que aprendían. “No todo debe ser enseñado a todos” era una de sus principales máximas. Este grupo buscaba conocer los principios absolutos de las matemáticas: las relaciones entre los números y, asimismo, entre las distintas partes de una figura geométrica.

Para Pitágoras, las matemáticas eran el núcleo de la naturaleza, la explicación última de la realidad.

El culto a los números

Fue en ese contexto en el que Pitágoras produjo su famoso teorema sobre las proporciones entre catetos e hipotenusa en un triángulo rectángulo, que cualquier estudiante ha debido aprender, y definió la mayor parte de los poliedros regulares que existen. Estos conceptos los enseñaba como parte

directa de una forma de ver el mundo: creía haber dado con el núcleo de la existencia, en el que las matemáticas serían el fundamento de toda la naturaleza, la explicación última de la realidad. De esta forma, la ciencia de los números no era una disciplina aislada de las cosas sino, muy al contrario, su fundamento básico. Así, las matemáticas vendrían a ser la religión pitagórica, una idea tremendamente avanzada para su época. La escuela pitagórica, seguida por importantes personajes de Crotona, tuvo una fuerte influencia política, y algunos de sus adeptos se situaron pronto entre los principales líderes. Esto terminaría por causar problemas al propio Pitágoras, que se vio en medio de las luchas por el poder.

Su huella en el conocimiento universal

Así, tras ser violentamente atacados los pitagóricos por su enemigo Cilón  previamente rechazado en la secta–, Pitágoras hubo de huir a Metaponto, otra ciudad griega en el sur de Italia, donde murió. Su tumba fue venerada y, a través de sus discípulos, sus enseñanzas se extendieron, renovando de este modo el conocimiento matemático universal porque, como escribió el filósofo Jenócrates, “Pitágoras más que nadie parece haber avanzado en el estudio de los números, arrebatándoles su uso a los mercaderes y equiparando todas las cosas a ellos”.

 

15

 

Albert Einstein: brillante, independiente y pacifista.

Tranquila, teórica y abstracta, la física es una de las disciplinas del saber que menos predispone a quien la practica a las emociones fuertes. Sin embargo, la

vida del que es para buena parte de la humanidad el símbolo de todos los

genios estuvo plagada de momentos intensos, de vivencias al más alto nivel e incluso de dramas y alguna que otra miseria personal. Nacido en una familia judía no practicante en la Alemania de finales del XIX, el pequeño Albert (1879 1955) fue ya un niño complicado, cuya creatividad entró en conflicto con los estrictos sistemas de enseñanza: se enfrentó a los profesores y llegó incluso a convencer a un médico para que certificara que sufría de agotamiento y así poder abandonar el instituto al que iba en Múnich y reunirse con sus padres, que habían emigrado a Italia.

 

Cuatro artículos para la historia

Influido por su tío Jacob –con el que fabricaba aparatos en un taller familiar recreativo– y por la lectura de libros de divulgación científica, destacaba en todas las asignaturas de ciencias. Su precoz brillantez le permitió acceder a la Escuela Politécnica de Zúrich, aunque había sacado malas notas en letras. Estudió Enseñanza de Matemáticas y Física junto a otros seis alumnos, entre

los que la única mujer era una joven serbia, Mileva, con la que pronto entabló relaciones y a la que admiraba por ser “tan fuerte e independiente” como él. Tuvieron una hija en secreto y se casaron, a pesar de la férrea oposición de los padres de Albert. Tras graduarse, no consiguió empleo en la universidad. Necesitado de trabajo, un amigo lo ayudó consiguiéndole una colocación en la Oficina de Patentes suiza, donde también tendría problemas con sus jefes. Durante los seis años –de 1902 a 1908– que pasó en aquella administración

encargada de documentar y revisar las solicitudes de patentes, encontró la estabilidad y el tiempo para escribir sus aportaciones fundamentales a la física del siglo XX, a pesar de estar lejos de las aulas y el mundo universitario. En 1905 escribió cuatro artículos en los que explicaba, sucesivamente, el movimiento browniano, las claves del efecto fotoeléctrico, la Teoría de la Relatividad Especial y la equivalencia entre masa y energía. Los dos primeros lo harían merecedor del Premio Nobel de Física 16 años después, aunque podemos afirmar sin ninguna duda que es mucho más recordado por los dos últimos.

 

Perseguido por judío y pacifista

Antes de que llegara tal reconocimiento ya empezaba a ser famoso y, tras conseguir un puesto de profesor en Zúrich, fue honrado con un cargo directivo en el Instituto de Física Káiser Guillermo de Berlín, ciudad en la que se estableció. Aquí concebiría su otro gran aporte, la Teoría de la Relatividad General, en 1915. Pero el ambiente antijudío no respetó ni siquiera a un Premio Nobel, y ante las críticas y las dificultades decidió emigrar a Estados Unidos en 1932. Siempre estuvo muy interesado en los asuntos políticos y, en el ambiente exaltado de la Alemania del káiser que propició la Primera Guerra Mundial, se negó a firmar manifiestos belicistas apoyados por sus amigos científicos y abogó por el pacifismo. En 1939, ya en Estados Unidos, decidió utilizar su gran influencia y popularidad para transmitir al presidente Roosevelt, en una conocida carta, las informaciones recibidas desde Alemania que lo inclinaban a pensar que el Tercer Reich estaba desarrollando armamento atómico. En consecuencia, apoyó el llamado Proyecto Manhattan (para obtener la bomba atómica) con el objetivo, como declararía en 1945, de “impedir que los enemigos de la humanidad lo hicieran antes, puesto que dada la mentalidad de los nazis habrían consumado la destrucción y la esclavitud del resto del mundo”.

 

Las sombras de su vida familiar

Su vida personal fue poco afortunada. Hay versiones que sugieren que le pegaba a su esposa Mileva, a la que también le era infiel y de la que se divorciaría en 1919 para casarse con Elsa Löwenthal. Tuvo dos hijos de su primer matrimonio, con los que no mantuvo demasiada relación, y lo torturó que uno de ellos, Eduard, fuera esquizofrénico y pasara la mayor parte de su vida en un centro psiquiátrico. Einstein se culpaba a sí mismo de la “lamentable condición” de su hijo de modo que, paradójicamente, la mente más brillante del mundo terminó obsesionada con asuntos como el “deterioro de la raza humana” y la genética.

 

16

 

Marie Curie, una mujer radiante.

 Una familia pobre, un destino que pudo haber cambiado por un matrimonio, un talento que tuvo que luchar contra el machismo: la vida de Marie Curie (1867- 1934) fue una sucesión de dificultades que le confirieron un carácter duro, más acostumbrado a las adversidades que a las alegrías, pero de esta manera también adquirió la fortaleza necesaria para acometer su inigualable sucesión de descubrimientos.

Del magnetismo a la radiación

Nacida en la Polonia ocupada por los rusos, su padre era un profesor con muchas dificultades económicas. Desde pequeña, Marie –entonces Maria– tuvo mucho interés por los estudios, pero el escaso dinero de la familia era destinado a su hermana mayor Bronislawa para que pudiera ir a la Sorbona a estudiar Medicina. En tanto, ella tuvo que tomar un empleo como institutriz en la casa de una familia de abogados, donde se enamoró de Casimir, el hijo de estos. Querían casarse, pero a la familia le pareció poco aquella profesora particular y frenó sus intenciones. El duro contratiempo sentimental acabaría por ser un golpe de suerte para la ciencia porque, al regresar a su casa, Marie se encontró con que Bronislawa se iba a casar, por lo que dejaba de necesitar el dinero de la familia y este podía ser dedicado a que Marie fuera a estudiar a la Sorbona, lo que hizo a partir de 1891. Era tan aplicada que, tras pasar un tiempo en casa de su hermana, prefirió trasladarse a vivir sola en una buhardilla para sí poder concentrarse más. Y lo lograría. Se licenció en Ciencias Físicas con el número uno de su generación. Poco después conoció a Pierre Curie, un brillante científico de treinta y cinco años que dirigía el laboratorio de la Escuela de Física y Química Industrial de París. Enseguida sintieron una gran afinidad y una fuerte atracción mutua en el más amplio sentido de la palabra, pues ambos estaban estudiando por entonces los fenómenos del magnetismo. Se casaron en 1895 y su luna de miel consistió en un viaje por Francia en bicicleta.

Para doctorarse, Marie eligió el tema de la radiación espontánea del uranio, del que por entonces se sabía muy poco; únicamente, los primeros hallazgos de Henri Becquerel. Comenzó a trabajar con los minerales que emitían radiación y pronto descubrió junto a su marido que uno de ellos, el óxido de uranio, también llamado pecblenda, emitía radiaciones mucho más potentes que el propio uranio. De él consiguieron extraer dos elementos químicos desconocidos, a los que denominaron polonio y radio. Era un trabajo ímprobo, que Marie realizaba removiendo la pecblenda caliente con barras de hierro, sin protegerse en absoluto de la radiación emitida. Los descubrimientos en torno a los fenómenos radiactivos sirvieron para que su marido y ella obtuvieran el Premio Nobel de Física en 1903, compartido con Becquerel. El dinero del premio, 70.000 francos, no lo dedicaron a llevar una vida más holgada, sino que lo emplearon en su totalidad en el laboratorio, de manera que tuvieron que continuar dando clases para ganarse la vida; en el caso de Marie, en un instituto a las afueras de París. Solo cuando Pierre ganó una cátedra pudo contratar finalmente a su mujer como jefa de laboratorio.

 

Pionera en casi todo

Tres años después, en 1906, Pierre moriría en un desgraciado accidente, atropellado por un auto en plena calle. Ella, viuda con treinta y ocho años, siguió en solitario con las investigaciones de ambos y empezó a lograr reconocimientos, por ejemplo al ser la primera mujer en dar clases en la centenaria Sorbona –ese mismo año, en sustitución de su marido– o cuando logró ganar su cátedra en 1908.

 

El segundo premio Nobel

En el plano científico, publicó tratados acerca de la radiactividad y se dedicó a acumular mineral de radio, muy escaso. La radioterapia empezaba a ser vista como un sistema para curar el cáncer y esta posibilidad popularizó las investigaciones de Marie, tanto que en 1911 el jurado del Nobel quiso galardonarla a ella sola por su descubrimiento del radio, lo que llevó a que se le concediera el Premio Nobel de Química.

Curie se convirtió en una figura inmensamente conocida. Aun así, no varió su aspecto, que era tremendamente severo: siempre vestida de negro, con gesto serio y sin concesiones a la coquetería, aunque en realidad se trataba de una persona de inmensa pasión que, como llegó a decir, estaba tan cautivada por la ciencia que renunció a enriquecerse con ella.

 

17

Augusta Ada Byron

 En la Inglaterra del 1800 las matemáticas era un área poco interesante para las mujeres de sociedad. Pero Augusta Ada Byron (Condesa de Lovelace), también conocida como Ada Lovelace, encontró en ellas el lugar donde podía desarrollar todo su potencial. Y lo hizo tan bien que logró un lugar destacado en el Olimpo de los números, al grado que abrió una nueva veta al erigirse como la primera programadora de la historia, es decir, fue en toda una precursora de la aun desconocida computación.

Ada nació el 10 de noviembre de 1815 y fue la única hija legítima del conocido poeta romántico y relajado Lord Byron, su madre fue Anne Isabelle Milbanke, una mujer que inusualmente se sintió atraída por las matemáticas, tanto que por entonces se la llamó “princesa de los paralelógramos”. El matrimonio d  esta pareja tan diferente duró muy poco y el quiebre definitivo ocurrió un mes después del nacimiento de Ada. La ruptura no fue en buenos términos y su madre la mantuvo lo más alejada posible del contacto con su padre por lo que no lo conoció. Facilitó este hecho el que Byron dejó el país a las pocas semanas, huyendo de los escándalos sexuales que impresionaban a la rígida sociedad inglesa, y no regresó nunca más. Todo esto tuvo que ver en la educación que le dio su madre, quien ejerció un estricto control sobre ella durante toda su vida. Fue ella también quien desde muy corta edad le incentivó el estudio de las matemáticas, las ciencias y la música. Por contraparte, la mantuvo lo más alejada posible de las letras, especialmente de la poesía. Esta decisión marcó el futuro de su hija quien descubrió un mundo que le acomodó y ya de adulta se dedicó a él con interés y pasión y una vez más con el apoyo de su madre quien se encargaría de cuidar a sus hijos mientras ella se dedicaba a sus complejos trabajos. Ada desde muy niña demostró sus capacidaddes y ya a los 12 años dibujó el esquema para construir una máquina voladora y a los 14, luego de una niñez algo enfermiza sufrió de una parálisis que la llevó a permanecer en cama durante varios meses y luego pasó otro tanto con muletas para poder desplazarse. Esto último no logró alejarla de sus intereses, por el contrario, le dio oportunidad para estudiar con dedicación y bajo la dirección de destacados personajes.

 

La condesa programadora

Cuando tenía 17 años tuvo un encuentro que potenció aún más este interés, se trata de Charles Babbage. Este matemático e ingeniero británico fue profesor de matemáticas en la Universidad de Cambridge y también el inventor de la calculadoras programables, se le considera además el padre de los computadores. Mantuvieron un largo y continuo intercambio epistolar y las capacidades que Babbage vio en Ada lo llevaron a llamarla “la encantadora de números”. En 1935, cuando Ada tenía 19 años, se casó con William King, un hombre que la superaba en edad por una década y que al poco tiempo heredó el título de conde de Lovelace, por lo que ella pasó a ser condesa. Juntos tuvieron tres hijos pero toda esta vida familiar no fue obstáculo para que ella siguiera dedicando tiempo a su pasión por los números ni dejara de lado su amistad con Babbage. Fue él quien la recomendó para que tradujera del francés al inglés una memoria escrita por el italiano Luigi Menabrea sobre la Máquina Analítica, la precursora del computador que fue ideada por Babbage. Esto le permitió a ella adentrarse en el área y entregar interesantes comentarios sobre el lenguaje de la computación. Sus notas incluyeron aportes que le valieron ser considerada la primera programadora y que en lo práctico aumentaron notoriamente el volumen de la traducción. Entre ellos se encuentra lo que se puede considerar como el primer software de la historia. Más tarde publicó algunos trabajos sobre el tema, pero ocultando su condición de mujer por temor al rechazo de una sociedad aún muy cerrada a la participación femenina en ámbitos más allá del hogar.

De temperamenteo variable y nervioso –herencia paterna– luego del nacimiento de su tercer hijo sufrió una crisis que afecto su estado físico y mental y que su médico trató con un cóctel que incluía medicamentos, alcohol y opio. Con el tiempo a superó, pero se obsesionó por las apuestas a caballos, al grado que utilizó su habilidad para trabajar con las probabilidades. Los resultados no fueron los esperados y se endeudó, lo que provocó disputas con su madre y su esposo y terminó aislándose. También tuvo algunos arrebatos religiosos que la llevaban a decir que tabajaba en nombre de Dios.

Ada Lovelace murió el 27 de noviembre de 1852 a los 36 años, la misma edad de su padre, a causa de un cáncer al útero que fue tratado por sus médicos con sangrías. Su último deseo fue ser sepultada al lado de hombre que en vida no conoció.

 

18

Mozart

Imaginemos la escena: en una casa del Salzburgo de mediados del siglo XVIII, un exigente padre –profesor de música– enseña a su hija de siete años los fundamentos básicos del piano. Ella se queda practicando ante la mirada fascinada de su hermano menor, de tres años y medio, que hace gestos de alegría ante los sonidos que su hermana extrae del aparato. El padre se percata de ello y, como si fuera un juego, empieza a enseñarle algunos minuetos y otras piezas al pequeño. El niño enseguida se muestra capaz de interpretarlas con precisión, manteniendo el tempo a la perfección. Ese chiquillo dotado de manera natural para la música era Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791). Solo un año después, ya era capaz de tocar las teclas del clavicordio y, lo que es más sorprendente, de componer pequeñas piezas, algunas de las cuales se siguen tocando hoy, 250 años después. Se trataba de un caso excepcional del que su padre, músico al servicio del príncipe arzobispo de Salzburgo, fue muy consciente desde el primer momento. Lo instruyó observando sus capacidades y pronto se dedicó a mostrarlo al mundo, llevando, con tan solo seis años, al pequeño Wolfgang de gira por las cortes de Múnich, Praga y Viena. Las biografías nos ofrecen una versión benévola, según la cual el progenitor, muy religioso, creía que “proclamar este milagro al mundo era un deber”.

 

Un caso único en la historia

Realizarían al menos tres de estas tournées, que los llevarían hasta Londres, donde actuó ante el rey Jorge III, y Roma, ante el papa Clemente XIV. Además de exhibirse, Wolfgang aprovechó el tiempo y con nueve años compuso un oratorio, reprodujo de memoria un miserere oído en la Capilla Sixtina y realizó muchas otras hazañas musicales. Al regreso de sus viajes, se instaló al servicio del príncipe arzobispo de Salzburgo, como su padre, pero tendría múltiples enfrentamientos con él por el trato de lacayo que le dispensaba y, sobre todo, por el escaso sueldo, 150 florines al año. Por eso, terminó por rechazar el puesto e irse a Viena, donde encontraría oportunidades y tiempo para componer óperas, en las que estaba muy interesado. Al poco tiempo de llegar, con 26 años, escribió El rapto en el serrallo, estrenada de inmediato con enorme éxito. Mozart se casó con Constanze Weber, hermana pequeña de su prima quien le había destrozado el corazón al casarse con un actor. La familia de él se opondría al matrimonio con Constanze, porque creían que los Weber

uerían aprovecharse del éxito de su hijo. A pesar de las reticencias, Amadeus la desposó sin el consentimiento paterno.

 

El favorito del público y de la corte

En esta época el compositor popularizó sus conciertos, que encantaron a la sociedad vienesa. Consecuentemente, los Mozart adoptaron un nivel de vida cada vez más lujoso, costeado por los ingresos crecientes procedentes de estas funciones así como de la venta de música y, también, de haber logrado convertirse en el músico de cámara del emperador austriaco José II. Por entonces, el inquieto Wolfgang Amadeus ingresó en una logia de los francmasones en la que militaban muchos amigos suyos. Se sentiría muy unido a esta orden al compartir sus ideales de progreso social, que plasmó en algunas de sus más célebres obras, como La flauta mágica. En su periodo de mayor éxito, Mozart, que como él mismo había dicho era capaz de realizar cualquier tipo de composición o adoptar cualquier estilo musical, transformó la escena operística con tres obras consecutivas: Las bodas de Fígaro, Don Giovanni y Così

fan tutte, todas ellas fruto de una celebrada colaboración con el libretista italiano Lorenzo Da Ponte. Los genios deslumbran en momentos específicos muy intensos, pero el paso del tiempo suele hacer que la sociedad se acostumbre a ellos, e incluso los relegue. Esto le sucedió a Mozart a partir de

fines de la década de 1780. Nuevos modelos de piano de sonoridades distintas, más robustas, trajeron con ellos a nuevos pianistas, que poco a poco lo fueron sustituyendo en el favor del público. La familia empezó a experimentar dificultades económicas y tuvo que mudarse a una residencia más modesta y menos céntrica. Mozart emprendió viajes para intentar elevar sus ingresos.

 

¿Enfermedad o envenenamiento?

En 1791 experimentó una súbita y grave enfermedad, de causas nunca aclaradas; él manejaba la idea de que estaba siendo envenenado. Aun así –o quizá por ello– ese año fue de gran productividad, con algunas de sus mejores obras, sobre todo el Réquiem, del que diría a su mujer que lo estaba escribiendo para sí mismo. Mozart falleció el 5 de diciembre. Sus últimas vestiduras fueron el manto negro y la capucha masónicos.

 

19

 

Da Vinci. El inquieto maestro.

El nombre de Leonardo da Vinci representa sin duda el más fiel espíritu del hombre del Renacimiento. Creativo, ingenioso, curioso y algo transgresor canalizó estas características a través de distintas disciplinas, convirtiéndose en el paradigma de su tiempo. Ya lo dice Sigmund Freud en su libro Leonardo da Vinci ( Editorial Norma, 2007) “En la época del Renacimiento estaban acostumbrados a esa combinación de variadas capacidades en una sola persona; sin embargo, Leonardo constituye uno de los ejemplos más brillantes de ello”. El creador nació el 15 de abril de 1452 en un lugar llamado da Vinci. Fue el hijo natural de una relación entre una mujer campesina (Caterina) y un hombre con una posición social más elevada, Ser Piero de Antonio da Vinci, un notario florentino. Desde muy niño su inventiva se dejó ver, por ejemplo, a través de sus dibujos de seres mitológicos. Fue separado muy joven de su madre, y su padre, intuyendo quizá el talento de su hijo, lo llevó siendo adolescente como aprendiz al taller de Andrea del Verrocchio, un destacado escultor y pintor florentino que fue uno de los favoritos de la familia Médicis. Ahí conoció los secretos del trabajo de un artista, los que por esos años debían pasar algunos años bajo las directrices de un profesional para poder ejercer después en forma independiente. También le dio la oportunidad de relacionarse con otros destacados creadores de la época. Freud en su libro lo describe como “...alto y deproporciones armónicas; tenía un rostro de belleza perfecta y una fuerza corporal inusual; de modales encantadores, era un maestro de la elocuencia, alegre y amable con todo el mundo”, y agrega que amaba la belleza y las ropas suntuosas.

 

Genio múltiple

Si hay algo que impresiona de su trabajo es que dejó huella en las áreas más  variadas como sus aportes a la protoaeronáutica con sus diseños de helicóptero y planeadores; al mundo acuático con un traje de buceo, escafandra incluida, o también sus máquinas bélicas, las que demostraron su talento como ingeniero militar y que fueron un atractivo para las autoridades de la época. Asimismo, creó las bases de un vehículo autopropulsado, claro que a pesar de lo cuidadoso y perfeccionista de sus trabajos la tecnología de la época impidió que muchos de ellos vieran la luz.

Con los años y ya en la actualidad, algunos de sus trabajos fueron construidos siguiendo sus propuestas y se ha demostrado la eficacia de su funcionamiento.

Buscador incansable del saber, estudió el cuerpo humano, aunque también de animales, directamente en una mesa de disección y alejado de miradas curiosas, ya que era una práctica no permitida, lo sometía a su análisis anatómico.

Gran observador, las plantas atrajeron también su interés pero con los años estos intereses le atrajeron ciertas antipatías de sus contemporáneos quienes

no entendían que dejara el rentable trabajo del arte por encerrarse a lo que llamaban “perder el tiempo”. Pero si hay algo que le ha valido el reconocimiento público son sus pinturas. El enigmático retrato de la Mona Lisa aún hoy intriga a los estudiosos y aunque sus obras son pocas y no superan la quincena, resultan igual de cautivadoras. La última cena, protagonista además de las más variadas interpretaciones desde el punto de vista simbólico, al igual que otra famosa obra conocida como La Virgen de las rocas, incluso han dado pie para las más originales y alocadas teorías.

Tan creativo como práctico, en 1482 viaja a Milán, ahí logra presentarse ante Ludovico Sforza, quien decide contratarlo como pintor e ingeniero militar. Se mantuvo ahí 17 años, época en la que además desarrollo trabajos en hidráulica, mecánica y artes. Inspirado en el hacinamiento y desorden de la ciudad realizó propuestas arquitectónicas habitacionales así como de canalización de las aguas.

 

Saber acumulado

Tanto estudio y trabajo los fue reuniendo a lo largo de su vida en escritos en lo que hoy se conoce como el Codex Atlanticus. El voluminoso compendio de 1.119 páginas incluye estudios sobre las más diversas áreas de su interés pasando de la pintura a la matemática, de la astronomía a la botánica o de la química a la geografía, entre otros, lo que convierte a este documento en una interesante fusión de arte y ciencia. Su legado cultural es enorme, es cierto que dejó algunas obras inconclusas, por lo que se lo tachó de inconstante, pero la rigurosidad y el detalle con que registró sus estudios dice lo contrario y las miles de páginas y dibujos que aún hoy se conservan así lo avalan.

Murió en Francia el 2 de mayo de 1519 y, según la leyenda, en brazos de su amigo, el rey francés Francisco I.

 

20

Miguel Ángel, venerado por siempre.

Hoy vemos a los creadores renacentistas como si fueran auténticas estrellas, pero en su época dedicarse al cultivo de las Bellas Artes era algo más bien poco honorable, un simple oficio sin mayor gloria. Si además quien quería ejercerlo era el hijo de un noble o de alguien de buena posición, es previsible que su padre le pusiera no pocos obstáculos para desarrollar tal vocación. Eso fue lo que le ocurrió a Michelangelo o Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564), nacido en el seno de una familia florentina “de toda la vida”. Eso sí: era un linaje de antiguos momentos de gloria, pero un tanto venido a menos. Destinado a ser escultor desde la cuna Miguel Ángel, decidido desde muy joven a ser artista costara lo que costara, consiguió doblegar la oposición de su padre a base de  una inquebrantable voluntad, demostrada repitiéndole constantemente a su progenitor que su destino como escultor estaba sellado desde la cuna. Debido a que el pequeño Buonarroti había tenido como nodriza a la mujer de un picapedrero, y que se le había dejado al cargo de esa familia, le gustaba afirmar: “Junto con la leche de mi nodriza, mamé también las escarpias y los martillos con los que he esculpido mis figuras”. Su precocidad artística solo es superada en la historia del arte probablemente por la de Mozart como músico: a los 12 años, el genial florentino entraba como aprendiz en el taller de los hermanos Ghirlandaio y, poco más de un año después, su obra ya interesaba al mismísimo Lorenzo de Médici, el Magnífico. El triunfo de Miguel Ángel fue efectivamente muy rápido, puesto que siendo apenas un adolescente ya ocupaba una posición destacada como artista en la corte del gran mecenas florentino. La muerte de este, sin embargo, lo obligaría a huir de la ciudad, llevándolo en los años siguientes a un peregrinaje por diversas capitales italianas que, a la postre, sería un acicate para su fama.

 

Extraer lo oculto en la piedra

Tras realizar obras en Venecia y Bolonia llegó a Roma y, con apenas 24 años, esculpió La Piedad –la cual se encuentra en la Basílica de San Pedro–, obra que le encargó un cardenal y que debía completar en un año, lo que cumplió con puntualidad exquisita, adelantándose dos días al plazo marcado. Del bloque de mármol que escogió en una cantera de los Alpes Apuanos extrajo una impresionante figura del dolor sereno de la Virgen ante la muerte de Jesucristo, y lo hizo a impulsos, como gustaba trabajar, porque estaba convencido de que esos pedazos de piedra que tallaba contenían toda la naturaleza y solo había que saber ver el motivo oculto y quitar la piedra sobrante. Por supuesto, una obra maestra realizada por alguien tan joven no dejó de despertar suspicacias: antes de que la terminara ya circulaban rumores que ponían en duda su autoría, por lo que un enojado Miguel Ángel firmó con su nombre en la cinta que cruza el pecho de la Virgen. Fue el único caso en que lo hizo. Luego vino el David, la obra cumbre de la escultura de todos los tiempos, terminada antes de cumplir los 30 años, una vez más un ejemplo de grandiosa precocidad. Y también de técnica, pues lo esculpió directamente sin hacer un modelo en yeso, como era frecuente. Fue la gran obra que hizo en su ciudad natal.

El primer artista venerado en vida

Su producción culminó no con una escultura sino con un trabajo pictórico, los frescos de la bóveda de la Capilla Sixtina, obra maestra que puede ser descrita como el producto genial del choque sideral entre dos personalidades monumentales: la del artista y la de su patrón, en este caso, el papa Julio II. Fue una ardua tarea, pues Miguel Ángel no dominaba la técnica de pintar al fresco, lo que se unía a las dificultades inherentes a la posición de su pintura, en lo más alto de la Capilla. Aun así, renunció a la colaboración de otros pintores, aunque al principio necesitó ayuda hasta que dominó esa técnica que era nueva para él: tenía que pintar sobre la cal fresca y concluir en la jornada toda la parte prevista, pues esa es la forma de mantener la pintura indeleble. Durante cuatro largos años (de 1508 a 1512) Miguel Ángel demostró su polivalencia y capacidad de sacrificio, pues pintaba tendido sobre el andamio y con la pintura cayéndole encima (lo que tendría consecuencias negativas para su visión). Si al comienzo de su carrera las artes no eran una disciplina para alcanzar la gloria, en su madurez se convirtió en el primer artista venerado, lo que queda demostrado por ser el primero del que, en vida, se hicieron dos biografías.

 

21

 

El naturalista Charles Darwin

Su teoría sobre la evolución de las especies lo posiciona como uno de los científicos más influyentes de la época moderna. Sin embargo, Darwin, a diferencia de muchos genios de su talla, a pesar de su precoz interés por la historia natural, tardó un tiempo en “descubrir” sus habilidades y casi se podría decir que fue el azar, luego de una serie de episodios, los que lo llevaron a embarcarse en 1831 en el Beagle para iniciar el viaje más importante de su vida, uno que marcaría un antes y un después en la ciencia. Estaba destinado a estudiar medicina y de hecho lo intentó. Pero por más que su abuelo paterno Erasmus Darwin y su padre Robert Darwin hayan sido prestigiosos profesionales de la salud, ambos con importantes logros, Charles siempre supo que lo suyo no estaba en esa área, pues su aversión a la sangre y el rechazo que le provocaban las operaciones lo imposibilitaban de seguir la herencia profesional de los hombres de la familia. Incluso, existe la creencia de que su

manifiesta hipocondría lo habrían hecho desconfiar de los doctores y solo confiaba ciegamente en su padre cuando de salud se trataba.

Charles Darwin nació en Shrewsbury, al oeste de Inglaterra, el 12 de febrero de 1809, en el seno de una familia acomodada. Su madre, Susannah Wedgwood – hija de un célebre diseñador y alfarero inglés– falleció en 1817. Tenía un hermano y cuatro hermanas y su infancia transcurrió en su ciudad natal, entre su casa, el colegio local (ya adulto confesó alguna vez que la etapa escolar fue lo peor que le pudo pasar a su desarrollo intelectual) y largas horas de recolecciones varias: conchitas, piedras, estampillas y monedas, entre otros objetos. Lo anterior es una clara muestra de su temprana inquietud. En 1825, por imposición de su padre, ingresó a la Universidad de Edimburgo a estudiar medicina.

 

El primer viaje, el vocacional

Sabido es que Charles Darwin no es médico y que, por lo tanto, no terminó la carrera de medicina. De hecho, apenas alcanzó a asistir a dos curso de la carrera. Acá entra de nuevo en escena su padre, quien le propuso ingresar a una carrera eclesiástica. Fue así como, luego de resolver sus cuestionamientos internos con la fe, en 1828 se matriculó en el Christ’s College de Cambridge. Como era de esperarse, tampoco le dedicó mucho tiempo a los estudios y en cambio, se dedicó a cultivar la amistad y a dos de sus pasiones: la caza y montar a caballo. Pero paralelamente a lo anterior, asistía de forma voluntaria a la clase del entomólogo y botánico John Henslow, la mayor influencia en la vida de Darwin. Fue el mismo Henslow el que lo instó a estudiar geología y el que le  presentó la oportunidad de acompañar al capitán Robert Fitz Roy en un viaje alrededor del mundo a bordo del Beagle.

 

El viaje que cambió su visión

El 27 de diciembre de 1831 el Beagle zarpó del puerto de Davenport en lo que él llamó su “segunda vida”. Depués de dos meses recalaron en las costas de Brasil, continuaron por el Atlántico hacia el sur pasando por Uruguay y Argentina, hasta que en 1932 arribaron a Tierra del Fuego. Viajó por Sudamérica, recorrió Chile desde el sur hasta la zona central y en su calidad de naturalista registró su viaje en ilustraciones. En 1836 regresó a Inglaterra y redactó “Viaje de un naturalista alrededor del mundo”, publicado en 1839. Darwin siguió escribiendo sobre sus experiencias y se casó con su prima Emma Wedgwood con quien tuvo 10 hijos (tres de ellos murieron). Era una época en que poco se cuestionaba la hipótesis que decía que las especies que habitaban el planeta eran las que se habían salvado del diluvio universal gracias al arca de Noé. Pero el geólogo Charles Lyell postulaba que la tierra estaba sometida a cambios constantes producto de fuerzas naturales que se transformaban en constantes por periodos largos. Teoría que Darwin compartió por lo que observó durante su viaje. Las ideas de Lyell más el “Ensayo sobre el principio de población” (1798) del economista británico Thomas Robert Malthus fueron la inspiración para que Darwin publicara en 1858 su teoría y un año después su obra completa: “El origen de las especies por medio de la selección natural”. Las reacciones adversas no se hicieron esperar y los que seguían creyendo en la creación divina lo intentaron todo para desacreditarlo, sin embargo, Darwin siguió escribiendo sobre el origen de las especies prácticamente hasta el fin de sus días. El científico más influyente de la era moderna murió el 19 de abril de 1882 y su cuerpo fue enterrado con honores en la abadía de Westminster.

En palabras sencillas, Charles Darwin postuló que las criaturas que habitan

la Tierra evolucionaron de ancestros más simples con el paso del tiempo, de manera natural. Claro que ya en la antigua Grecia hubo filósofos que postularon el desarrollo de la vida a partir de la no-vida y la evolución del hombre desde los animales. Aún así, Charles Darwin es considerado el padre de la Teoría de la

Evolución y la Selección Natural. La razón es que él incorporó eso de la “selección natural”. Esta novedad se explica porque actúa para preservar y acumular mutaciones genéticas favorables para las diferentes especies. Esto significa que, por ejemplo, una especie X desarrolla alas y aprende a volar, luego sus crías nacerán con la misma condición y ya tendrán incorprado el vuelo; lo mismo ocurrirá con las crías de esas crías. Pero los miembros más débiles (inferiores) que no nazcan con la mismas características nuevas, irán muriendo hasta que esa especie desaparecerá. Esta selección natural le permite a las especies adaptarse de mejor manera a su hábitat y los cambios que este sufre. Podemos ver este cambio en nuestras mascotas y en general en los animales domésticos. El hombre ha ido seleccionando a ciertos miembros de diferentes especies y los utiliza para la cría de nuevos animales que sean más útiles para sus necesidades. Incluso ha “borrado” algunos originales y en la actualidad sobreviven los creados por el ser humano. Esto se asemeja a lo que la naturaleza ha hecho de mejor manera.

 

22

 

Sir Isaac Newton

Mucho más que física y matemática.

La imagen de Newton bajo un manzano y con un fruto cayendo en su cabeza es una caricatura que por muchos años fue tan creída como rebatida. Sin embargo, en 2010 la academia británica de ciencias, Royal Society, con motivo de su 350º aniversario, desclasificó uno de sus mayores secretos: una biografía de Isaac Newton escrita por su amigo William Stukeley en 1772. La anécdota quedó escrita de la siguiente manera: “Después de cenar, como hacía buen tiempo, salimos al jardín a tomar el té a la sombra de unos manzanos. En la conversación me dijo que estaba en la misma situación que cuando le vino a la mente por primera vez la idea de la gravitación. La originó la caída de una manzana, mientras estaba sentado, reflexionando. Pensó para sí ¿por qué tiene que caer la manzana siempre perpendicularmente al suelo? ¿Por qué no cae hacia arriba o hacia un lado, y no siempre hacia el centro de la Tierra? La razón tiene que ser que la Tierra la atrae. Debe haber una fuerza de atracción en la materia; y la suma de la fuerza de atracción de la materia de la Tierra debe estar en el centro de la Tierra, y no en otro lado. Por esto la manzana cae perpendicularmente, hacia el centro. Por lo tanto, si la materia atrae a la materia, debe ser en proporción a su cantidad. La manzana atrae a la Tierra tanto como la Tierra atrae a la manzana. Hay una fuerza, la que aquí llamamos gravedad, que se extiende por todo el universo”. Finalmente, tanto los que dudaban como los que creían, de algún modo tenían razón.

Sobrio, silencioso y meditativo

Isaac Newton nación el 25 de diciembre de 1643 (4 de enero según calendario gregoriano) en la pequeña aldea de Woolsthorpe, en Inglaterra. Fue un niño prematuro y su padre falleció dos meses antes de que llegara al mundo. Cuando tenía tres años su madre se volvió a casar y se fue a vivir con su nuevo marido a otra ciudad. El pequeño Isaac quedó a cargo de su abuela materna, pero Hannah, su progenitora, volvió a enviudar por lo que regresó al pueblo con una importante herencia. De niño, Newton fue inquieto pero más bien solitario. Tenía un especial interés por los juguetes mecánicos, los que él mismo fabricaba, como un reloj de agua y los volantines a los que les amarraba una linterna en la cola. Fue un muchacho “sobrio, silencioso y meditativo”, según consta en algunos escritos.

 

El salto a Cambridge

La madre de Isaac Newton hizo todo lo posible para que su hijo se dedicara a labores campesinas, pero la tozudez del joven además de su innegable talento, sumado a la ayuda del reverendo William Aysough, familiar de los Newton, hicieron que finalmente cediera en su idea. Es así como en 1661 ingresa al Trinity College en Cambridge. A pesar de que su familia no tenía problemas económicos, el novel estudiante debe realizar trabajos domésticos dentro de la

universidad para pagar sus estudios. Su primer interés en Cambridge fue la filosofía, pero en 1663 comenzó a desarrollar interés por la investigación experimental de la naturaleza por lo que decidió estudiar por su cuenta. El resultado de aquello fueron las primeras notas acerca de lo que más tarde sería el método de las fluxiones, uno de los grandes hitos en su vida. En 1665 se declaró en Londres lo que se conoce como “La gran plaga”, que cobró la vida de entre 70 mil y 100 mil personas. Esto hizo que Cambridge cerrara sus puertas hasta 1667, lo que no frenó a Newton en su irrefrenable ímpetu por crear y descubrir, todo lo contrario. Confesó a sus cercanos que esa fue su “época más

fecunda de invención”.

 

De lo más simple hasta lo relevante

Físico, filósofo, inventor, alquimista y matemático, Isaac Newton debe ser uno de los personajes más inf luyentes en la historia de la humanidad. No solo porque fue la inspiración y el punto de partida de mentes tan brillantes como Einstein, sino porque muchos de sus principios y teorías son absolutamente vigentes hasta nuestros días. Desde la conocida Ley de gravitación universal hasta su invención de puertas para perros y gatos (era muy amante de los animales), su vida está llena de grandes hallazgos e invenciones: las tres leyes de movimiento (inercia, principio fundamental de la dinámica y acción reacción); como alquimista creó la fórmula para lograr la piedra filosofal, grandes trabajos en ópticas a partir de la luz y el fenómeno de refractación; principios matemáticos, físicos y químicos y mucho más en filosofía. Tan fértil fue su carrera que lo nombraron presidente de la Royal Society, cargo que conservó hasta su muerte. En 1705 se le otorgó el título de sir. Isaac Newton murió aquejado de una afección renal el 20 de marzo de 1727. Nunca se casó y se negó a recibir las bendiciones religiosas en su lecho de muerte, fiel a sus creencias.

 

23

Adiós a Harvard

Bill Gates

El Club de Madres del colegio Lakeside de Seattle, al que acudía un joven y escuálido alumno llamado William H. Gates Junior (1955), tuvo mucho que ver en el despertar del talento informático de quien más adelante sería conocido simplemente como Bill Gates. Recaudando fondos en un mercado de objetos de segunda mano, reunieron el dinero necesario para que el Departamento de Matemáticas comprara una de las primeras terminales informáticas –carísimas por entonces– a fines de los años 60. La cantidad recaudada también serviría para correr con los gastos del tiempo de uso de la terminal, conectada remotamente al computador central de una compañía informática, que se pagaba por horas. “Fue al conseguir tiempo gratis cuando nos sumergimos totalmente en los computadores, cuando se convirtió en algo incondicional. Estábamos día y noche”, recordaría el propio Gates años más tarde.

 

De joven hacker a empresario

Mientras muchos de los niños de la exclusiva institución practicaban el tenis y otros deportes glamorosos, Bill y su compañero Paul Allen no pensaban más que en pasarse el día con la terminal, programando y aprendiendo sobre computadores, aunque fuera a costa de las tareas. Siendo todavía un niño de 13 años, Bill Gates escribió ahí su primer programa informático: una versión del juego del tres en línea. Además, se las ingeniaron para manipular los datos de tiempo de uso (casi monopolizaban ellos solos el total del que disponía la escuela). Al final fueron descubiertos, aunque la Computer Center Corporation decidió aprovechar su talento de jóvenes hackers para que la ayudaran a determinar cuáles eran los ‘agujeros’ por los que se podían colar otros programadores y así mejorar su seguridad informática. La segunda aparición importante de Bill Gates llegó cuando, en 1975, con apenas veinte años, él y Paul vieron por primera vez en la portada de una revista de electrónica

un microordenador muy barato que iba a ser un éxito de ventas en todo Estados Unidos. Ellos, que ya por entonces sabían mucho de programar, estaban convencidos de que podían crear un software que permitiera sacar más partido a esa nueva máquina. Gates llamó al dueño y le presentó el primer programa como un hecho, aunque por entonces no había escrito ni una sola línea de código, pero lo hizo en ocho semanas y se plantó en Albuquerque (en el lejano estado de Nuevo México) para formalizar la venta del programa. Por entonces no eran una empresa formal: su compañero trabajaba en una compañía y Gates estudiaba Matemáticas en la Universidad de Harvard, pero decidió abandonar la elitista institución. En su decisión parece también que influyeron las dificultades para destacar en los estudios: sus notas eran aceptables pero no sensacionales, que era a lo que estaba acostumbrado hasta entonces; en Harvard el nivel era muy alto y además estaba rodeado de los mejores estudiantes del país, de modo que Gates aprendió la lección de que hay que saber escoger las batallas que uno lucha.

 

La ubicuidad de Windows

Bill se volcó en su nueva empresa, a la que llamaron de forma lógica Micro-Soft (querían dedicarse al software para microcomputadores). Gates estaba mucho más entregado que Allen, quien tenía un trabajo y se dedicaba a la firma solo en sus ratos libres. Por eso, Bill le dijo que él se merecía tener un mayor porcentaje de la empresa, ya que dedicaba mucho más tiempo a programar. Así fue como se convirtió en el alma de Microsoft, una marca que nunca ha perdido su idea central de que lo importante de los computadores es lo que tienen dentro (el software). Esta claridad de visión lo llevaría a obtener un gran éxito cuando,

al lograr un lucrativo contrato con IBM en 1980 para crear un sistema operativo para sus PC, Microsoft se reservó la posibilidad de licenciar el mismo software a otros fabricantes: esa sería la piedra angular de la ubicuidad posterior de Windows en todas los computadores del planeta. Es también el concepto que ha catapultado a Gates a acupar el lugar como el hombre más rico  del mundo, con una fortuna estimada en 79.200 millones de dólares cuando se cumplen cuatro décadas de la creación de Microsoft. El otrora programador dedica hoy día la mayor parte de su tiempo a la filantropía, a través de una fundación muy activa en la sanidad y la educación a la que él y su esposa Melinda han dotado con la astronómica cantidad de 42.000 millones de dólares para desarrollar sus proyectos. Aun así, los altibajos de Microsoft, que incluso siendo una de las empresas informáticas más importantes ya no es la más puntera, han hecho que, a sus 59 años, vuelva a dedicar más tiempo a la compañía.

Nuestras Revistas